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Escapar del peligro: Familias migrantes encuentran refugio y apoyo en la Arquidiócesis de Seattle

Andrés Parra Conde, un trabajador comunitario de la salud de Catholic Community Services, ayuda a Juliana, una solicitante de asilo, a completar el papeleo de cambio de dirección para inmigración. Su cuñado, Jesús, sostiene al bebé Kaleth, nacido en Bellingham el 2 de septiembre, hijo de Juliana y su esposo, Jason. (Foto de OSV News/Northwest Catholic, Stephen Brashear)

Por Jean Parietti

BELLINGHAM, Washington (OSV News) — Después de ser rechazada en la frontera canadiense, Juliana, entonces embarazada de nueve meses, y nueve miembros de su familia de América del Sur, terminaron en agosto en las calles de Bellingham, en el estado de Washington.

Con la esperanza de obtener asilo tras una situación violenta, las familias — tres hermanos nativos de Colombia, sus cónyuges y sus cuatro hijos (que ahora tienen entre 4 y 10 años) — se habían dirigido de Ecuador a Canadá, donde un pariente podría ayudarlos a comenzar de nuevo.

Tardaron 10 meses en realizar el peligroso viaje, en su mayoría a pie, hasta la frontera entre Estados Unidos y México. Las familias decidieron cruzar sin permiso para poder obtener más rápidamente atención médica para los niños, que no se sentían bien, según lo relatado por uno de los padres, llamado Jesús.

En marzo pasado, cruzaron el río hacia Texas, cargando a los niños en sus hombros y espaldas, continuó relatando. Una vez en Estados Unidos, los funcionarios de inmigración les dieron fechas para las audiencias de asilo y teléfonos celulares para hacer un seguimiento de sus paraderos.

Una organización benéfica les dio boletos de avión a Nueva York, donde los niños recibieron atención médica. Más adelante, las familias intentaron sin éxito cruzar a Canadá. Cambiando de rumbo, viajaron a Seattle y se dirigieron a la ciudad fronteriza de Blaine, donde se les negó la entrada a Canadá.

Finalmente terminaron en Bellingham, una ciudad del estado de Washington. “Vimos el lugar, nos gustó, así que aquí estamos”, Jesús le dijo a Northwest Catholic, el medio periodístico de la Arquidiócesis de Seattle.

No tenían a dónde ir, pero los residentes locales, incluyendo un profesor de habla hispana, algunas organizaciones y un equipo de Servicios Comunitarios Católicos del Oeste de Washington intervinieron para ayudar.

En octubre, las familias ya estaban en viviendas temporales, los niños asistían a la escuela, todos tenían comida y ropa, los hombres estaban trabajando y las familias habían sido conectadas con recursos médicos y de otro tipo.

A principios de noviembre, ya estaban recibiendo asistencia legal para solicitar asilo.
Además, el 2 de septiembre en el Centro Médico PeaceHealth St. Joseph nació un bebé sano que fue llamado Kaleth, hijo de Juliana y su esposo Jason.

–Ayuda de nuevos trabajadores comunitarios de la salud

José Ortiz se encuentra entre el personal de Servicios Comunitarios Católicos (CCS por sus siglas en inglés) que ayuda a las familias. Él es el creador de la red regional latina de la agencia, donde trabajan Andrés Parra Conde y Griselda Mendoza Vargas como trabajadores comunitarios de la salud. Con el fin de poder satisfacer las necesidades de las familias, se están asociando con North Sound Accountable Community of Health, el Departamento de Salud del Condado de Whatcom, PeaceHealth y el Departamento de Seguridad de Empleo del estado.

Parra Conde y Mendoza Vargas, que hablan inglés y español, se integraron recientemente al plantel de personal de Villa Santa Fe, un edificio de apartamentos de Catholic Housing Services en Bellingham, destinado a trabajadores agrícolas y sus familias.

Como parte de la Colaboración Católica de Atención Médica, los trabajadores comunitarios de salud ayudan a las poblaciones “que sufren una gran desigualdad en el acceso a la atención médica”, explicó Will Rice, director de la agencia de la Región Noroeste de CCS. “No teníamos como objetivo trabajar fuera de Villa Santa Fe, pero se presentó esta situación”.

Parra Conde, residente de Bellingham, emigró de Colombia hace 24 años y ha estado ayudando a las familias solicitantes de asilo con necesidades de vivienda, asistencia legal y de otros tipos.

Antes de convertirse en trabajador comunitario de la salud, Parra Conde relató haber trabajado en negocios e industrias, lo cual le permitía poner dinero en su bolsillo, pero al final del día se sentía vacío.

“La diferencia ahora es que siento que estoy haciendo algo importante cuando ayudo a alguien”, explicó Parra Conde. “Me hace sentir feliz. Lo más importante es poder ayudar a alguien”.

Mendoza Vargas, madre de cuatro niños pequeños y establecida en Mount Vernon, llegó con su familia a Estados Unidos desde Guadalajara, Jalisco, México, en 2005 cuando tenía 8 años.

Ella ayudó a conectar a Juliana con un pediatra y a conseguir ropa, pañales y toallitas húmedas para su bebé recién nacido. También llevó a los miembros de su familia al Centro de Trabajadores Agrícolas de CCS en Mount Vernon, donde obtuvieron vestimenta del banco de ropas, coordinado por la Parroquia del Sagrado Corazón y asistido por voluntarios de las Iglesias Católicas de Skagit Valley. La Casa de la Esperanza de CCS, ubicada en la Parroquia de la Iglesia de la Asunción en Bellingham, también ayudó a la familia proporcionándoles ropa, artículos para el hogar y de cuidado personal.

Consciente de todo lo que conlleva conseguir atención médica y llegar a obtener recursos comunitarios, Mendoza Vargas se siente orgullosa de ser una trabajadora comunitaria de la salud. “Me hace sentir muy feliz poder ayudar a todas estas personas, tanto en lo pequeño como en lo grande”, comentó. “Espero poder hacer una diferencia en sus vidas”.

–En busca de una vida mejor y de más oportunidades

Una vida mejor para sus hijos y más oportunidades de educación y trabajo son algunas de las razones por las que los seis adultos, casi todos de apenas 20 años, decidieron hacer el viaje hacia Estados Unidos y Canadá.

Los hermanos provenientes de Colombia ya habían experimentado la violencia y la tragedia en su familia extendida. La hermana menor, Michelle, contó su historia en español, con la interpretación de Mendoza Vargas: Hace varios años, salieron de Colombia con su madre y se refugiaron en Ecuador, después de que “las guerrillas” mataran a sus tías, abuelo y otros parientes para quedarse con las tierras de la familia.

Solicitaron asilo, pero “en Ecuador vivíamos con miedo porque realmente no teníamos estatus (legal). No podíamos trabajar ni ir a la escuela”, explicó.

Con su caso de asilo en un callejón sin salida y sin poder regresar a Colombia por razones de seguridad, decidieron buscar algo mejor. Al salir de Ecuador, cada uno llevaba una mochila con comida y una bolsa de ropa, relató Jesús.

El viaje implicó muchas circunstancias difíciles, explicaron Jesús y Michelle: se enfrentaron a los peligros de la selva, a las mafias que exigían un pago por dejarlos pasar, a los secuestros, a los falsos guías que les quitaban el dinero, a la corrupción policial y a las celdas de las cárceles de inmigración superpobladas en México.

Pero también hubo personas que demostraron amabilidad, brindándoles transporte, mapas o refugio temporal en áreas designadas para migrantes. “La ayuda de mucha gente es lo que nos trajo hasta aquí”, agregó Jesús.

Finalmente, llegar a Estados Unidos “fue lo mejor que nos pudo pasar”, manifestó Michelle con una gran sonrisa. Descansar y no estar asustados o traumatizados “fue un alivio”.
Aunque Juliana expresó que tiene “flashbacks de todo lo que hemos estado pasando… pero en cuanto a la salud, me siento bien, mejor que antes”.

Las familias tienen audiencias de asilo en los próximos meses, pero ya pueden imaginar un futuro lleno de posibilidades para ellos y sus hijos.

“Decidí venir aquí para que mi hija de 4 años tuviera mejores oportunidades”. Michelle, de 20 años, no pudo asistir a la universidad en Ecuador, así que desea estudiar para ser profesora o abogada. Jesús, originario de Venezuela, es electricista con conocimientos en sistemas de climatización y le gustaría abrir su propia empresa, así como también una escuela o un salón de belleza con Michelle.

Por ahora, les basta y sobra con estar seguros, recibir ayuda y vivir en un lugar donde sus hijos puedan prosperar.

“Los niños están en la escuela, están estudiando, están tranquilos, no hay peligro”, manifestó finalmente Jesús. “Todo está bien”.


Jean Parietti es editora de artículos de fondo de Northwest Catholic, la publicación de la Arquidiócesis de Seattle.

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