(OSV News) — A pesar de las limitaciones físicas, el inmigrante José Saavedra, 59, se preocupa por su capacitación profesional, batalla para ser independiente y superar el dolor por la pérdida de su esposa y tiene el empuje para progresar en la vida.
“Quedarse sin piernas de la noche a la mañana no es fácil. Se hace lo que se puede. Me he adaptado a lo que tengo. Hay que salir adelante como se pueda”, dijo este parroquiano de la Iglesia Santa María, de Landover Hills, Maryland, que a pesar de todo está agradecido con Dios.
Saavedra, originario de Sullana, Perú, explicó que trabajó durante 29 años como mecánico en el ejército hasta que perdió las dos piernas en una explosión en el 2005. Llegó a Estados Unidos al año siguiente para hacer un tratamiento. Lo operaron, estuvo en rehabilitación durante un año y medio, y se quedó.
Batalló por cuatro años solo y no fue fácil. Un día en el 2008, cruzando la avenida Georgia, en el Distrito de Columbia, un auto lo chocó y lo hizo volar 3 metros, contó.
El amor llegó a su vida nuevamente cuando conoció a Luisa, quien sería su segunda esposa. En el 2017 a ella le diagnosticaron diabetes, tuvo complicaciones, una operación y luego una herida se le infectó, también tenía dificultades para caminar.
Entonces, quedó viudo y solo otra vez. Saavedra cuenta que siempre estuvo a su lado ayudando y apoyándola en el proceso y confiesa que todavía sufre por esa pérdida.
“La extraño. No puedo olvidarla. Siento que el dolor no se va”, dijo a El Pregonero, el periódico en español de la Arquidiócesis de Washington.
Los Amigos Vicentinos en la Periferia, un grupo de feligreses — que incluye a voluntarios de las iglesias de San Ambrosio, San Matías, Santa Rosa de Lima y Santa María en los condados de Montgomery y Prince George — que busca a los más vulnerables en sus vecindarios para ayudarlos a salir adelante, encontraron a Saavedra en esos momentos.
“Se trepaba por una escalera sucia, angosta y pequeña para llegar a los cuartitos (su hogar). Nos llamó la atención cómo cuidaba de ella día y noche. Su honestidad nos hizo admirarlo y quererlo más”, contó un voluntario.
Los vicentinos dicen que aprendieron mucho sobre el amor con esta pareja. “Nos enseñaron que no hace falta el dinero (para ser feliz). Ellos tenían una hermosa relación y sobrevivían. A veces no tenían nada que comer, pero seguían los dos riéndose. Fue una gran experiencia de vida que nos llenó mucho”.
Le buscaron un sacerdote para darle la unción de los enfermos a Luisa, también le dieron apoyo en el entierro.
Saavedra había trabajado como promotor de salud en la Clínica del Pueblo y luego como mecánico. Los vicentinos le conectaron con el Centro de Capacitación Profesional en Riverdale Park, Maryland.
Conocido como la Escuela de la Comunidad, este centro prepara a hispanos en electricidad, mecánica automotriz, aire acondicionado y plomería.
Saavedra obtuvo becas y concluyó los cursos de especialización en aire acondicionado para vehículos y mecánica.
Los vicentinos lo veían alegre, emprendedor, comunicativo, con ganas de aprender y progresar — a pesar de todas las dificultades que encara.
Luego de un año y medio de estudios, empezó a trabajar a tiempo parcial en el centro como preparador de clases.
Con los dos trabajos sale adelante y siente que su dignidad ha sido restablecida. “Aunque vivo al día, cubro mis gastos. Me siento agradecido con este país, donde ya me he adaptado y vivo independiente”, dijo.
Saavedra sabe que conseguir dos prótesis para sus piernas representa mucho dinero y no será fácil obtenerlas. “Además, se me hace más fácil trabajar sin prótesis, ya me he acostumbrado”, dijo este profesional que trabaja por su cuenta y puede desplazarse debajo de los autos con agilidad.
Después de enviudar, Saavedra empezó a acercarse a la Iglesia Santa María y continuó compartiendo con los fieles. “El Señor ha sido mi fortaleza. Oro cada día y le doy gracias”, afirmó.
Andrea Acosta escribe para El Pregonero, el periódico en español de la Arquidiócesis de Washington.