By Adrian Herrera
“Entonces se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. Echó agua en un recipiente y se puso a lavar los pies de los discípulos, y luego se los secaba con la toalla que se había atado” (Juan 13, 4-5).
Este amor de dar la vida por sus amigos se puede entender dentro del contexto del discipulado. La palabra discípulo que significa aprendiz, es alguien que se une con lealtad a las instrucciones y compromisos del maestro. El Evangelio según San Mateo, constituye una verdadera escuela de discipulado y misión.
Discípulo es una palabra importante para Mateo. Se encuentra 73 veces en su Evangelio, comparado con 46 y 37 veces en Marcos y Lucas. Es el único nombre que Mateo emplea para los seguidores de Cristo, y se junta frecuentemente con el verbo “seguir”, otro de sus vocablos favoritos. Dios llama a todos a la santidad, este llamado se le conoce “vocación”, una vocación personal que cada uno debe reconocer, acoger y desarrollar.
El Señor forma a sus discípulos como amigos, por eso hay que gritar a los cuatro vientos y decirle al mundo. “Es bueno seguir a Jesús; es bueno ir con Jesús; es bueno el mensaje de Jesús; es bueno salir de uno mismo, a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a Jesús”.
Dios nos ha llamado, y continúa llamando, y es la misma voz del Espíritu Santo que hace la invitación, y es en sí una vocación. Esta invitación, es el deseo de emprender y buscar el Reino de Dios y dirigir toda mi persona hacia la persona de Jesús de Nazaret. El Señor llama a todos, pero solo pocos le escuchan, y en este encuentro personal que tiene la persona con Cristo es donde se aprende a reconocer hacer su voluntad y no la mía — “Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Juan 3,30).
Los auténticos discípulos como lo hicieron los apóstoles tuvieron la mirada fija en el cielo, pero los pies bien firmes en el suelo y ¿esto de donde lo aprendieron? ¡Del mismo Señor! acordémonos del lavatorio de los pies. Los discípulos aprendieron a ser amigos, porque aprendieron del propio maestro a ser sencillos como la paloma, a ser humildes y no prepotentes, a ser serviciales, así se forma en la escuela de liderazgo al estilo de Jesús.
Pero no es cualquier tipo de liderazgo, no es un liderazgo como hoy en día se vende o se promueve en las grandes empresas. Al contrario, el estilo de Jesús es un liderazgo servicial que requiere estar abiertos a una relación con Cristo, es una relación entre amigos, donde la persona se deja moldear y formarse por su palabra, acciones y enseñanzas.
Es un liderazgo que nos interpela y desafía con frases como “Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores” y “sean ustedes perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo” (Mateo 5, 44.48).
No es un liderazgo que busca protagonismos, ni tampoco es un liderazgo referencial, en cambio, su palabra dice “Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos” (Marcos 10, 43b-44). “Ser discípulo de Jesús significa hacerse conforme a él, que se hizo servidor de todos hasta el don de sí mismo en la cruz”.
Pidamos al Señor que aleje nuestros espejismos de grandeza y que más bien nos dé un corazón servicial dispuesto a ser obedientes bajo la luz del Magisterio.
Adrian Alberto Herrera es director asociado para la Oficina de Evangelización y Catequesis en la Arquidiócesis de Gaveston-Houston.