Por Silvio Cuéllar, OSV News
Era una tarde de verano a principios de agosto y estábamos ansiosamente esperando la visita de nuestra hija Sister Juan María of the Holy Spirit (Emily Rose), quien se encontraba a punto de comenzar su último año de noviciado con las hermanas franciscanas de la renovación (CFR) en el Convento de Our Lady Queen of Angels en New York.
Había pasado más de un año desde la última oportunidad en qué ella había podido compartir con su familia y amistades en Providence, Rhode Island.
Finalmente llegó la hora en que ella llegó a casa, pudimos saludarnos con un fuerte abrazo, y compartir una deliciosa cena familiar. Mis hijos habían arreglado la casa y habían preparado su cuarto con mucho cariño y hecho un letrero muy bonito que decía “bienvenida a casa Sister Juan María”.
Su visita iba a ser de tan solo nueve días así qué los primeros tres días rentamos una casa bastante grande en medio de un bosque, cerca del santuario de la Divina Misericordia en Stockbridge, Connecticut.
Con nuestros siete hijos, mi nuera y nieta; pasamos tres días hermosos desconectados de la tecnología. Pusimos los teléfonos celulares en una esquina y pudimos compartir juegos de mesa, celebrar el cumpleaños número 30 de mi hijo mayor Alex, recibir la noticia de que su segundo bebé en camino iba a ser mujercita, y también reconectarnos — compartiendo todo lo que está pasando en nuestras vidas.
La segunda noche hicimos una noche de talentos donde cada uno de nosotros compartió una canción o un poema. Fue un momento muy divertido y emotivo con muchas sonrisas y algunas lágrimas.
Pudimos rezar la liturgia de las horas con nuestra hija y ella nos compartió más sobre su vida en el convento. Todos los días tuvimos también la posibilidad de ir a Misa a una iglesia cercana, que era un convento de monjas de clausura.
Estos fueron momentos inolvidables y pensamos convertirlo en una tradición familiar cada vez que nuestra hija nos visite por dos semanas cada año.
Mi esposa Becky y yo nos sentimos muy bendecidos de qué Dios haya llamado a una de nuestras hijas para la vida religiosa. Hoy en día en que las vocaciones son tan escasas realmente admiramos verla decida a responder a este llamado.
¿Qué factores pueden influir para que un joven escuche el llamado de Dios para sus vidas? Yo creo que Dios continúa llamando a muchos para servirle como sacerdotes o religiosas, pero no estamos tal vez escuchando la voz de Dios o recibiendo el suficiente apoyo que necesitamos de nuestros familiares y nuestra comunidad en general.
Desde muy joven nuestra hija mostró mucho talento para la música y los deportes, involucrándose en el grupo de jóvenes y también sirviendo a los ministerios de música parroquiales.
Cómo padres nunca la presionamos. Simplemente creció en un ambiente donde había muchos retiros y oportunidades de desarrollar una relación personal con Jesús.
Creo que influyó en ella el haber participado de los retiros juveniles de la búsqueda y también las conferencias regionales de Steubenville East. También tuvo varias oportunidades de ir a la República Dominicana cómo misionera, viajes de misión que fueron organizados por nuestro párroco el padre James y la capellán de la escuela. En esos viajes ella pudo ver a primera vista cuánta pobreza hay en el mundo y desarrolló un amor por el servicio a los pobres y necesitados.
Cuando le tocó ir a la escuela secundaria, ella fue a una escuela pública de alto nivel, que requería un examen para poder entrar. Yo tenía la preocupación de qué pudiera un poquito dejarse influenciar por la cultura secular, pero más bien ella fundó un club de alabanza, y también recuerdo que organizó una colecta de cajas de zapatos, colectando muchos regalos para los niños pobres.
Después fue a la Universidad Católica Salve Regina, dónde también organizó oportunidades de alabanza y Adoración al Santísimo. Allí conoció a su mejor amiga Raquel, que terminaría casándose con mi hijo mayor Alex y ahora forman una bella familia católica.
El mayor desafío para poder entrar al convento fue la enorme deuda que tenía al culminar la universidad que superaban los $50,000.
Para eso tuvimos que hacer una campaña de recolección de fondos y algunos conciertos. Recuerdo que yo estaba un poco dudoso de qué pudiéramos recolectar lo necesario, pero ella me dijo un día: “Papá, cuando Dios quiere que algo pase, él tiene todo el dinero del mundo”.
Realmente fue admirable esa demostración de fe y determinación, en la que ella me estaba enseñando a mí a no dudar y a tener confianza en Dios.
Después de tres meses de campaña, gracias a Dios, ella pudo llegar a su meta, pagar sus deudas y entrar al convento como postulante y más adelante como novicia.
Hoy en día, esperamos ansiosos su llamada mensual donde por teléfono, nos cuenta sobre su vida y los diferentes ministerios que se encuentra haciendo.
También esperamos con alegría el próximo verano, cuando podamos visitarla cuando haga sus primeros votos como religiosa, y cambie el velo blanco por velo negro sobre su hábito gris.
Como padres, y mentores en nuestras comunidades lo mejor que podemos hacer es apoyar a nuestros jóvenes y animarles a no tener miedo de aceptar ese llamado de Dios, para entrar a ese proceso de discernimiento hacia el sacerdocio o la vida religiosa.
Tal vez requiera que varias personas le digan al joven o a la joven qué sentimos que tiene un llamado al sacerdocio, o a la vida religiosa, antes de qué tomen una decisión de aceptar este desafío.
Es muy importante que, como padres, preparemos ese terreno, creando hogares donde haya un ambiente de oración y servicio, que es como un abono para preparar el terreno fértil donde pueda surgir una vocación.
Finalmente, debemos estar abiertos al llamado de Dios y apoyar a nuestros hijos y jóvenes cuando Dios les llama, y continuar orando por ellos durante el proceso de su discernimiento y formación.
Silvio Cuéllar es un escritor, compositor de música litúrgica y periodista. Fue coordinador de la oficina del Ministerio Hispano y editor del periódico El Católico de Rhode Island en la Diócesis de Providence.