WASHINGTON (OSV News) — En el 44º aniversario del asesinato de San Óscar Arnulfo Romero, el obispo Evelio Menjívar, obispo auxiliar de Washington, instó a cesar la violencia de inmediato, a dejar de arrastrar las cadenas del pasado y a lanzarse al futuro con esperanza y optimismo. Al recordar el martirio del santo subrayó el martirio que viven los inmigrantes debido a la violencia en las comunidades marginadas.
“Romero denunció las injusticias, el mal, la violencia, el pecado social, siempre desde la perspectiva del Evangelio, sin perder de vista que lo importante es buscar la salvación del hombre en su totalidad”, dijo monseñor Menjívar en la Misa dedicada al santo salvadoreño en el Santuario del Sagrado Corazón, en Washington D.C., el viernes 22 de marzo. “Aún en los momentos más difíciles, ante las situaciones más atroces, Romero nunca perdió la alegría, el optimismo, la esperanza. Tenía bien claro que la denuncia y la predicación de las buenas nuevas del reino de Dios, eran inseparables”.
El mártir salvadoreño cayó herido de muerte el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba Misa en la capilla del hospitalito de la Divina Providencia de San Salvador. En ese entonces, Romero y su pueblo estaban identificados y compenetrados tanto que el sufrimiento de uno era el sufrimiento del otro, dijo el obispo Menjívar quien también nació en “el pulgarcito de América”.
Considera que el martirio del pastor pasó a ser también el martirio de su rebaño, pero compartían la mutua esperanza de la resurrección. Bien lo expresó monseñor Romero en su conocida frase: “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”.
Esa identidad de San Romero con su pueblo y sus luchas y ese olor a oveja que tenía, dijo el prelado, surgieron de la misma identidad y compenetración del santo salvadoreño con Jesús de Nazareth y con su Evangelio.
“En la muerte de Romero, Jesús se hizo muerte otra vez, como se hace muerte cada día en la carne desnuda de su pueblo, del que sufre, del que llora, del inmigrante que vive siempre con miedo”, dijo en su homilía.
El obispo Menjívar subrayó que nuestro mundo sigue siendo desangrado por las guerras, las masacres y la violencia. “Cómo olvidar el terrible sufrimiento y la muerte de tantos inocentes en los conflictos actuales en Ucrania, Tierra Santa, Palestina, Gaza, Sudán, Haití y en tantas partes del mundo”, dijo.
El homilista invitó a Kathy Boylan, quien es parte del Dorothy Day Catholic Worker de Washington, a mostrar una pancarta con una frase de monseñor Romero que decía: “Cese la violencia de inmediato”. El obispo dijo que ese debe ser nuestro grito y oración.
“Cómo olvidar, también, la represión, la persecución, el encarcelamiento injustificado y el exilio forzado que experimentan tantos hermanos en diferentes países de Latinoamérica “, destacó.
Considera que la Iglesia sigue siendo martirial en América Latina y el mundo. “El martirio es una experiencia casi cotidiana en nuestra comunidad, especialmente por el ambiente de inseguridad y marginación en que se vive, con el agravante de la estigmatización de la que son víctimas los inmigrantes”.
Mencionó la muerte de un niño de 3 años que fue asesinado hace 40 días en Langley Park, Maryland, en un tiroteo en el cual su madre también fue herida de bala. “Es lo que la comunidad inmigrante está experimentando. Y vienen los políticos y dicen que los inmigrantes traemos la violencia. Los inmigrantes también son víctimas y está probado que los inmigrantes no son más violentos que el resto de la población”.
Mientras que le echan la culpa a los inmigrantes, las armas siguen fabricándose, siguen vendiéndose, legal e ilegalmente, y muchas de estas armas caen en manos de personas equivocadas, muchas cruzan la frontera sur y llegan a nuestros países a crear violencia, denunció el obispo auxiliar de Washington.
“Los políticos en este país se hacen de la vista gorda y, es más, promueven la cultura de la violencia de armas. Y cuando hay violencia, cuando hay crímenes, y un inmigrante está involucrado, todos nosotros somos criminales. No es justo que los inocentes paguen por los pecadores”, insistió.
Afirmó que mientras las personas huyen de nuestros países buscando escapar de la violencia y tantas familias hacen grandes sacrificios económicos y humanos, para poder enviar a un hijo/a a Estados Unidos con el fin de que escapen de la espiral de violencia y pobreza que viven en nuestros países, aquí caen víctimas de la espiral de violencia que vive la sociedad estadounidense.
“En cada víctima de la guerra, de la violencia, de la persecución, del rechazo, de la discriminación, es Jesús quien sigue muriendo”, dijo el obispo.
Considera que San Romero de América, pastor y mártir nuestro, es flor morada de la esperanza incólume de todo el continente.
“Los hispanos somos bastantes pesimistas, nos la pasamos abriendo las heridas del pasado, manteniendo frescos los golpes de la vida, porque así es más fácil justificar nuestra falta de compromiso con la lucha social”, dijo el obispo Menjívar. Es más fácil, dijo, justificar nuestra incapacidad de perdonar y de dejar atrás los viejos resentimientos. “Se hace más fácil echarle la culpa a los demás, hacernos las víctimas, echarle la culpa a la mala suerte. Nos cuesta lanzarnos al futuro con esperanza y optimismo”.
Jesús nos invita hoy, dijo, iluminados por su palabra y por el ejemplo de San Óscar Romero, a dejarnos tocar por su presencia, por su amor y su misericordia para poder sanar nuestras heridas y para poder lanzarnos al futuro con fe y esperanza.
Considera que, de lo contrario, seguiremos siendo esclavos del pasado, arrastrando cadenas, malgastando nuestras energías y la de todo el país y de toda una generación.
“Qué San Óscar Romero ruegue por nosotros, por nuestra patria, nuestra familia y por el mundo entero”, finalizó.
Luego de la Misa en conmemoración de la fiesta del santo, más de 200 fieles participaron en un convivio en el cual degustaron deliciosos platillos salvadoreños.
Alba Funes, del Comité del Salvador del Mundo, fue una de las ocho personas que cocinaron voluntariamente para la ocasión. Le contó a El Pregonero, el periódico en español de la Arquidiócesis de Washington, que recuerda como si fuera ayer el momento en que abalearon al mártir. “Estaba viendo televisión, en blanco y negro, y de repente anunciaron que hubo una balacera y Romero perdió la vida. Me puse a llorar frente al televisor junto con una prima”.
“Estoy feliz que ahora es santo, pero para serlo tuvo que morir”, dijo con lágrimas en los ojos recordando a su padre que murió el mismo día 24 de marzo, pero hace dos años. “Para los salvadoreños, Romero no ha muerto, él vive en nuestros corazones”, puntualizó.
Andrea Acosta escribe para El Pregonero, el periódico en español de la Arquidiócesis de Washington.