Por Carol Glatz, Catholic News Service
MARSELLA, Francia (CNS) — El verdadero mal que azota a comunidades y países no es el creciente número de problemas, sino el colapso de la atención, dijo el Papa Francisco en una importante reunión en la que se discutieron los desafíos y oportunidades de las decenas de países que rodean el Mar Mediterráneo.
“Hoy el mar de la convivencia humana está contaminado por la precariedad, que hiere incluso a la espléndida Marsella”, dijo el 23 de septiembre, en el segundo y último día de su viaje a la antigua ciudad portuaria. “Donde hay precariedad hay criminalidad: donde hay pobreza material, educativa, laboral, cultural y religiosa, se allana el terreno de las mafias y de los tráficos ilegales”.
“El compromiso de las instituciones no es suficiente, se necesita una sacudida de conciencia para decir ‘no’ a la anarquía y ‘sí’ a la solidaridad”, dijo a su audiencia, que incluía al presidente francés, Emmanuel Macron, al alcalde de Marsella, Benoît Payan, y a la mayoría de los obispos franceses, así como a decenas de obispos, jóvenes de todas las religiones y líderes de asociaciones civiles de unas 30 naciones mediterráneas. El Papa fue recibido con una gran ovación cuando subió al escenario para reunirse con otros líderes eclesiásticos.
El Papa pronunció su largo discurso ante unas 900 personas en la sala de congresos del Palais du Pharo para la sesión final de los “Encuentros del Mediterráneo”, que se iniciaron en Bari, Italia, en 2020 para debatir cuestiones socioeconómicas, ecología, inmigración y conflictos que afectan a la región y buscar formas concretas de promover el bien común.
“¡Cuánta necesidad tenemos de esto en la coyuntura actual, en la que nacionalismos anacrónicos y beligerantes quieren acabar con el sueño de la comunidad de naciones!”, dijo, advirtiendo que “con las armas se hace la guerra, no la paz, y con la ambición de poder se vuelve siempre al pasado, en lugar de construir el futuro”.
El Papa criticó el cierre de los puertos mediterráneos a los migrantes, señalando que las medidas a menudo iban precedidas de la repetición de “dos palabras” que alimentaban “los temores de la gente: ‘invasión’ y ’emergencia’.”
“Pero quien arriesga su vida en el mar no invade, busca acogida”, afirmó. “En cuanto a la emergencia, el fenómeno migratorio no es tanto una urgencia siempre oportuna para agitar la propaganda alarmista, sino una realidad de nuestro tiempo”.
Ofrecer una respuesta que respete la dignidad humana de cada persona es “un proceso que involucra a tres continentes en torno al Mediterráneo y que debe ser gobernado con sabia clarividencia: con una responsabilidad europea capaz de afrontar las dificultades objetivas” que implica acoger, proteger, promover e integrar a “personas no deseadas”, dijo.
“Contra la terrible lacra de la explotación de los seres humanos, la solución no es rechazar, sino garantizar, en la medida de las posibilidades de cada uno, un amplio número de entradas legales y regulares”, dijo el Papa Francisco. Las que serían “sostenibles gracias a una acogida justa por parte del continente europeo, en el marco de la cooperación con los países de origen”
Lo que tiene que cambiar en las comunidades de todos, dijo, es tratar a los recién llegados como “hermanos cuyas historias debemos conocer y no como problemas fastidiosos, expulsándolos, mandándolos de regreso a casa; ese cambio radica en acogerlos, no en esconderlos; en integrarlos, no en desalojarlos; en darles dignidad”.
“De hecho, el verdadero mal social no estriba tanto en el crecimiento, sino en el declive de la atención”, dijo el Papa, enumerando a quienes caen fácilmente presa del abandono o la “eliminación”, como los jóvenes, los trabajadores explotados, las “familias asustadas”, los ancianos aislados, “los niños no nacidos, rechazados en nombre de un falso derecho al progreso”, los emigrantes y quienes huyen de la violencia, la injusticia y la persecución.
“Pienso en tantos cristianos, a menudo obligados a abandonar sus tierras o a habitarlas sin que se les reconozcan sus derechos, sin gozar de plena ciudadanía”, dijo. “Por favor, comprometámonos para que todos los que forman parte de la sociedad puedan llegar a ser ciudadanos de pleno derecho”.
El Papa animó a los católicos a vivir una “forma de vida escandalosamente evangélica” como agentes de la caridad, dando testimonio de Cristo y levantando las cargas de los demás “en nombre del Evangelio de la misericordia.”
Dada la necesidad de una mayor cooperación, el Papa sugirió la creación de una Conferencia Episcopal Mediterránea que ofrezca mayores posibilidades de diálogo y representación regional, así como un plan pastoral interconectado y específico sobre el tema de los puertos y la migración “de manera que las diócesis más expuestas puedan asegurar una mejor asistencia espiritual y humana a las hermanas y hermanos que llegan necesitados”.
Recordó que la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado el 24 de septiembre, y pidió a la gente que no se vuelva indiferente, sino que escuche y se conmueva con las historias de “tantos hermanos y hermanas nuestros en dificultad, que tienen derecho tanto a emigrar como a no emigrar”.
La Iglesia debe ser siempre un lugar donde las personas que luchan puedan encontrar esperanza, afirmó.
“Decir ‘¡basta!’, por el contrario, es cerrar los ojos; intentar ahora ‘salvarse a sí mismos’ ahora, se convertirá en una tragedia mañana”, afirmó. “Las generaciones futuras nos agradecerán si habremos sido capaces de crear las condiciones para una imprescindible integración”.
Antes de ir al palacio, el Papa Francisco acudió a la casa de las Misioneras de la Caridad en uno de los barrios más pobres de Marsella para reunirse con personas que atraviesan dificultades económicas.
Tras su discurso en el palacio, mantuvo un encuentro privado con el presidente Macron en el palacio. El presidente, su esposa, Brigitte, y Payan habían recibido al Papa en el exterior del enorme edificio del siglo XIX con vistas al gran puerto de la ciudad y a las antiguas fortalezas. El Papa saludó a un grupo de niños que le entregaron regalos delante de un pequeño olivo.
El cardenal Jean-Marc Aveline, de Marsella, diócesis que ha liderado la organización de los “Encuentros del Mediterráneo” de este año, agradeció al Papa su presencia y que animara a los numerosos “artesanos de la paz” que se encontraban ese día en la audiencia.