CIUDAD DEL VATICANO (CNS) — La Pascua es una promesa de que, por muy oscuro que parezca el mundo y por muy pesadas que sean las cargas que uno lleva, la victoria pertenece a Cristo resucitado y a todos los que creen en él, dijo el Papa Francisco.
“Mirémoslo a Él y pidámosle que la potencia de su resurrección corra las rocas que oprimen nuestra alma”, dijo el Papa en su homilía de la Vigilia Pascual del 30 de marzo.
“Mirémoslo a Él, el Resucitado, y caminemos con la certeza de que en el trasfondo oscuro de nuestras expectativas y de nuestra muerte está ya presente la vida eterna que Él vino a traer”, dijo.
Tras quedarse en casa la noche anterior en lugar de presidir el Vía Crucis en el Coliseo de Roma, el Papa llegó a la basílica en silla de ruedas. Aunque tuvo que aclararse la garganta varias veces, leyó todo el texto preparado para su homilía.
Durante la Misa, dos diáconos acercaron una pila bautismal al Papa Francisco, que bautizó a ocho adultos: cuatro italianos, dos surcoreanos, un japonés y una albanesa. También los confirmó y les dio la Primera Comunión.
La liturgia comenzó en la parte trasera de la basílica de San Pedro, bajo un tapiz de Cristo resucitado, con la bendición del fuego y el encendido del cirio pascual.
El hermano norbertino Gerard P. Juhasz, diácono de la Abadía de San Miguel en Silverado, California, llevó el cirio pascual a una oscura Basílica de San Pedro, cantando tres veces “Lumen Christi” (en latín, “la Luz de Cristo”). Tras ser bendecido por el Papa Francisco, cantó el Exsultet, el solemne pregón pascual.
En su homilía, el Papa Francisco pidió a la congregación de unas 6.000 personas que pensaran en lo que debían estar pensando y sintiendo las mujeres que habían ido a la tumba de Jesús para ungir su cuerpo.
“Las lágrimas del Viernes Santo aún no se han secado; están desconsoladas, abrumadas por la sensación de que todo está dicho y hecho”, dijo el Papa.
Y, según el Evangelio de Marcos, están preocupadas por poder apartar la piedra para poder ungir el cuerpo de Jesús.
“Esa piedra representa el final de la historia de Jesús, sepultada en la oscuridad de la muerte”, dijo el Papa. “Él, la vida que vino al mundo, ha muerto; Él, que manifestó el amor misericordioso del Padre, no recibió misericordia; Él, que alivió a los pecadores del yugo de la condena, fue condenado a la cruz”.
Pero, dijo el Papa Francisco, la piedra también representa el peso en el corazón de los discípulos de Jesús y las cargas que llevan todos los que están afligidos y sin esperanza.
“A veces sentimos que una lápida ha sido colocada pesadamente en la entrada de nuestro corazón, sofocando la vida, apagando la confianza, encerrándonos en el sepulcro de los miedos y de las amarguras, bloqueando el camino hacia la alegría y la esperanza”, dijo.
Esas “lápidas”, dijo, pueden venir con la muerte de un ser querido, un fracaso en hacer el bien, una oportunidad perdida de construir una sociedad más justa y “en todos los anhelos de paz quebrantados por la crueldad del odio y la ferocidad de la guerra”.
Pero el Evangelio dice que cuando las mujeres “vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande”.
“Es la Pascua de Cristo, la fuerza de Dios, la victoria de la vida sobre la muerte, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el renacimiento de la esperanza entre los escombros del fracaso”, dijo el Papa Francisco. “Es el Señor, el Dios de lo imposible que, para siempre, hizo correr la piedra y comenzó a abrir nuestros corazones para que la esperanza no tenga fin”.
“Hacia Él, entonces, también nosotros debemos mirar”, dijo el Papa.
“Si nos dejamos llevar de la mano por Jesús, ninguna experiencia de fracaso o de dolor, por más que nos hiera, puede tener la última palabra sobre el sentido y el destino de nuestra vida”, afirmó. “Desde aquel momento, si nos dejamos aferrar por el Resucitado, ninguna derrota, ningún sufrimiento, ninguna muerte podrá detener nuestro camino hacia la plenitud de la vida”.
“Acojamos a Jesús, Dios de la vida, en nuestras vidas, renovémosle hoy nuestro ‘sí'”, dijo el Papa Francisco. Entonces “ningún escollo podrá sofocar nuestro corazón, ninguna tumba podrá encerrar la alegría de vivir, ningún fracaso podrá llevarnos a la desesperación”.